miércoles, 3 de junio de 2020

Donald Trump y el peligro amarillo



"No hay forma de evitar el colapso final de un auge provocado por la expansión del crédito. La alternativa es sólo si la crisis debería ocurrir antes como resultado del abandono voluntario de una mayor expansión del crédito, o más tarde como una catástrofe final y total del sistema monetario involucrado”. Ludwig von Mises.

Donald Trump busca desesperadamente un culpable. Su nefasta gestión de la Pandemia es una enorme sangría de votos. Hasta sus colaboradores más cercanos, como Anthony Fauci, ponen en duda las acciones del presidente. Así, un pésimo rival como Joe Biden lo adelanta en las encuestas electorales y en los Estados clave (las encuestas sitúan a Trump a 10 puntos por debajo del candidato demócrata). Estos guardan, además, un as en la manga. Michelle Obama, la mujer del ex -presidente, tiene muchos números para ocupar el cargo de vicepresidenta.

Los mazazos se suceden para el presidente norteamericano. Su gestión de la pandemia hará que el número de muertes supere ampliamente el listón de los 150.000 (ya ha sobrepasado la cifra tabú de 100.000), con millones de infectados. Para esos norteamericanos el confinamiento no es una opción puesto que están obligados a trabajar, aún padeciendo la enfermedad.

El contagio es difícil de evitar para una población cada día más depauperada. Más de 32 millones de norteamericanos han solicitado las ni prestaciones por desempleo en las pocas semanas que se llevan de confinamiento. Los datos estadísticos son abrumadores: un 20% de los niños menores de 15 años tienen dificultades para alimentarse diariamente en el país de la “opulencia”. Nunca sabremos la magnitud de la tragedia en Norteamérica puesto que una parte importante de la población sencillamente no existe. Sólo en el Estado de Nueva York, las instituciones de caridad contabilizan a 550.000 personas como indigentes. Viven en la calle. El propio alcalde de Nueva York los llama la “población silenciosa”. 
En el campo militar, uno de los grandes asideros políticos del presidente, la situación no es mejor. A la derrota militar y la firma del tratado con los Talibanes en Afganistán, se le suma la derrota en Siria, la incapacidad de imponerse a Irán y los fallidos intentos de derrocar a Maduro. En estos momentos, los petroleros iraníes han desafiado y  vencido a la Marina norteamericana  al llevar millones de litros de gasolina a las refinerías venezolanas. Trump, que había amenazado con la intervención, ha vuelto a ser humillado.

Además, el COVID-19, se está cebando con los militares americanos, como era de prever. Casi 30 barcos de guerra, entre ellos cuatro portaaviones, están fuera de servicio porque sus  tripulaciones están  afectadas por la enfermedad;  en Asia una gran parte de las tropas norteamericanas desplegadas en la zona están en cuarentena, derrotadas no por un misil hiper-sofisticado sino por el virus.
En los mentideros políticos, se comenta que será preciso una remodelación de las tropas desplegadas en Oriente Medio para redirigirlas hacia los propios EEUU. Los ejercicios de guerra realizados en 2019, dirigidos por el prestigioso think tank RAND (Research And Development, un laboratorio de ideas ligado al Pentágono) y dados a conocer en estas semanas por el Departamento de Defensa, han confirmado los peores augurios para el conglomerado militar. En este momento, de los cinco escenarios de guerra analizados, EEUU perdería en todos los casos y más si se produce una alianza militar entre Rusia y China. Estas afirmaciones se habrían de matizar puesto que en muchos casos sirven de justificación para un aumento presupuestario. En medio de esta barahúnda política, las “ocurrencias” del presidente Trump han obligado a sus asesores a  “limitar” las ruedas de prensa diarias porque representaban una pérdida intolerable de votos, justo lo contrario de lo que se quería. Pocas cosas le parecen funcionar; por eso debe hallar un culpable. 


China: ¿el enemigo del pueblo?

Donald Trump rinde, sin quererlo ni saberlo, un enorme homenaje a Orwell. La imagen del “Gran Hermano” que cambia de relato según los contextos y los momentos es una de las marcas de identidad de la presidencia. Es perfectamente capaz de anunciar la posible destitución de su máximo asesor científico  para retractarse al poco tiempo. Congeló la colaboración con la OMS, criticó a China y volvió a cargar contra la organización sanitaria y contra Pekín. 

Pero nos quedaríamos en la superficie si sólo analizáramos la situación en la perspectiva de los tweets.  Existe un contexto mucho más amplio. La denominada “prensa libre” está ocultando que el sistema neoliberal-capitalista se sustenta, en gran medida, sobre un esquema Ponzi; o sea, una enorme estafa económica piramidal.

Como hemos advertido en otras ocasiones, las economías de burbuja caminan desde hace mucho tiempo  hacia el colapso. La actual pandemia no es sino un acelerante. La situación financiera del sistema es crítica. Nos enfrentamos a una crisis de la deuda de enormes dimensiones que no se puede atajar inundando el mundo con un papel-moneda que no vale nada. La deuda global mundial sobrepasa los 255 billones de dólares (322% del PIB anual del planeta) frente a los 13 billones en 1990. Sólo en 2019 la deuda ha aumentado en 10 billones de dólares). Si tomamos como referencia la crisis del 2008, ha aumentado en 40 puntos porcentuales (87 billones). Estados Unidos es el mayor deudor con cerca del 40% del total.

Pero no hay que apurarse. Como demuestra Ellen Brown en varios de sus artículos, la Reserva Federal está inyectando enormes cantidades de capital, del orden de 10.000 millones al día, para mantener el tinglado en pie. La excusa fue apoyar a las familias y las pequeñas empresas con problemas de liquidez; la realidad es que el dinero prácticamente se regala, sin intereses y sin control de destino. Así, la liquidez de los grandes bancos está sirviendo para tapar los enormes agujeros en los balances contables 
El coronavirus no ha creado la crisis financiera; la ha acelerado. Cuatro meses antes de que se declarase el primer muerto por la epidemia en China y cinco antes del primer muerto en EEUU, Wall Street se sumergía aún más en su propio pozo financiero. El 17 de septiembre del 2019, la Reserva Federal de los EEUU tuvo que  inyectar cientos de miles de millones en préstamos baratos a los bancos de Wall Street. No sucedía nada parecido desde la crisis financiera del 2008. Uno de los bancos “socorridos” fue el JP Morgan Chase (el mayor del mundo).

Si el día 15 de septiembre del 2008, en el apogeo de la crisis financiera,  el banco Lehman Brothers tuvo que quebrar, perdiendo el 10.13% de su valor, 11 años más tarde, el 17 de septiembre del 2019, el JP Morgan cedía el 13,55%. La Reserva Federal, vista las pérdidas del banco y su falta de liquidez, salió al rescate inyectando dinero. No sabemos los destinatarios finales de estas inversiones. Una de las pocas certezas es que el JP Morgan Chase retiró la enorme suma de 158 mil millones de dólares de sus reservas líquidas en la Reserva Federal y, en septiembre,  afirmó  no tener liquidez suficiente para operar.
El JP Morgan posee el banco comercial más grande de EEUU (Chase) con unas 5.000 sucursales y 1,6 billones (americanos) en depósitos de familias o pequeñas empresas, que, además, están aseguradas (hasta un cierto límite) por el propio gobierno Federal (es decir, por el contribuyente); si el JP Morgan Chase falla, toda la sociedad, incluidos los fondos de pensiones, se resiente. De esa forma, se produce la llamada socialización de las pérdidas y privatización de las ganancias que utilizará nuevamente Walt Street para financiar a los bancos en dificultades.

La norma legal que permitía estos desafueros fue aprobada en la era Clinton. Fue Alan  Greespan, de triste memoria, quién, como gobernador de la FED, convenció a Clinton para revocar la ley. Ese presidente, acogotado por sus problemas con sus “affaires” con las  becarias”, diseñó dos distracciones: la primera, la destrucción de Yugoslavia y, la segunda, un crecimiento económico ficticio basado en la desregulación del mercado financiero, que fueron los antecedentes de la burbuja del 2008 y de la crisis financiera actual.

En realidad, Trump no es sino un mal gestor de una crisis sin solución desde los teorías y los parámetros neoliberales. Nada se ha aprendido, se sigue operando de forma oculta. No existe control sobre esas operaciones desde el ejecutivo. Wall Street es el mayor donante de las campañas electorales y no va a permitir que nadie limite sus capacidades. Las señales de alarma se disparan. En 2008, se dictaminó que gran parte de la culpa de la crisis financiera era debida a que los bancos ocultaban la situación real de sus balances. El 5 de abril del 2019, el JPMorgan tenía una exposición de 2.9 trillones de dólares (americanos) fuera de balance mientras que atesoraba 2,3 trillones en su balance público.

La pandemia y las elecciones son sólo una parte del problema para EEUU. La penetración de China en África, Europa, América del sur, Oriente Medio (con especial interés en Israel) refuerza la posición de esta potencia que compite en plano de igualdad con los propios EEUU. Durante todo el 2019, Trump ha buscado una fórmula para iniciar y reiniciar la guerra comercial con Pekín y el coronavirus parece que le ha proporcionado las excusas necesarias. EEUU intentará una jugada muy compleja y peligrosa: desacoplar la economía china de la norteamericana o la occidental. Pekín lo sabe y ha diseñado una política financiera destinada a incrementar el consumo  interno y el desarrollo de grandes infraestructuras, mientras pone en marcha en Asia y África la “Nueva ruta de la seda”.

La historia de este nuevo enfrentamiento viene, pues, de antes de la pandemia. La “paz comercial” entre EEUU y China alcanzada en enero de este año, se romperá. China se había comprometido a comprar en el mercado interior estadounidense por valor de 200.000 millones adicionales en los dos próximos años. Washington cedía en su batalla por el 5 G y rebaja las tarifas arancelarias a productos chinos, pero Trump necesita imperiosamente aparentar ganar en esta “guerra comercial: las elecciones de noviembre están en juego. Hay otro objetivo secundario, encubierto. Actualmente, EEUU tiene un enorme déficit comercial con China y pretende realinear la balanza comercial entre los dos países.  La gestión de esta nueva “enemistad” ha sido rápida y tiene, como hemos dicho, una relación muy estrecha con el deterioro de la campaña electoral.

Donald Trump comenzó, como recordaremos, elogiando a  China por su lucha contra la enfermedad, para, al cabo de una semana, iniciar los ataques. La situación se contuvo tras una llamada de teléfono del presidente Xi Jinping. Entonces, Trump, acuciado por las malas noticias, buscó y halló otro culpable: denunció a  la OMS. Como las encuestas siguen siendo adversas y los grupos pro-Trump que protestan contra el  confinamiento no dejan de ser una minoría, y tampoco parece funcionar, el presidente ha puesto nuevamente  en marcha la máquina de la propaganda. Donald Trump está convencido de que Pekín hará lo posible y lo imposible por evitar su reelección y así lo afirmaba en una entrevista a Reuters: “China hará todo lo que pueda para que yo pierda esta carrera”.

Según el New York Times, la presión sobre los servicios de Inteligencia se hizo enorme aunque estos no cedieron. Trump quería pruebas de una manipulación descuidada del virus por parte de las autoridades chinas. La CIA no parece estar por la labor y, el 30 de abril, replicaba al propio Trump: “la comunidad de Inteligencia coincide con el amplio consenso científico de que el virus del COV ID-19 no fue fabricado ni modificado genéticamente por el hombre”, señaló en un comunicado hecho público ese día.
A pesar de ello, los medios subvencionados, que son legión, han comprado la noticia. Los políticos europeos, han tomado nota de las diatribas de Tremp y se aprestan a secundarlo. Piensan en elecciones unos y en clave de encuesta otros y no dudan en realizar un ejercicio de contorneo político. Así, algunos políticos europeos acusan al que está ayudando (China) y apoyan al que no ha dudado en extorsionar a sus socios, apropiándose de su material médico (EEUU).

La batería de reproches que se lanzan sobre Pekín tiene un objetivo: ocultar la parte de responsabilidad que tienen los dirigentes políticos, fieles devotos de esa religión que se denomina neoliberalismo y en cuyas tablas de la ley figura, como ley suprema, la del recorte del Estado del Bienestar.
El presidente Macron ha sido uno de los primeros en afirmar al Financial Times, que en China “claramente, han sucedido cosas que desconocemos”; por otra parte, el Secretario de Asuntos Exteriores del Reino Unido, Dominic Raab, manifestaba, según recoge Reuters, que Pekín tendrá que responder “preguntas difíciles” e incluso comentó  posibles “ajustes  de cuentas” con el país asiático sobre como apareció el brote de coronavirus. Todo vale para ocultar la pésima gestión del ejecutivo francés y del premier inglés Boris Johnson, el mismo que predicaba la famosa “inmunidad de rebaño” El eco de estas voces, pretende apagar los gritos ensordecedores de los hospitales públicos o las residencias de ancianos (auténticos aparcamientos de personas mayores), convertidas estas semanas en campos de exterminio.

El presidente norteamericano está dando pasos cada vez más agigantados hacia un precipicio. El conglomerado militar-financiero que lo ha encumbrado no está dispuesto a perder la primacía política ni económica mundial. En realidad, la culpa no sólo es de Trump, aunque se simbolice en él: EEUU hace tiempo que inició un profundo declive al margen de quien ocupe el asiento en la Casa Blanca.
El enfrentamiento con China y la sinofobia que están inoculando los medios occidentales muestran como lo que están en juego no es sólo la primacía de EEUU sino el control occidental del mundo en los últimos 500 años. Desde el Imperio español en el siglo XV, la política internacional ha estado dominada por la visión occidental. El desarrollo de China y, en menor medida, Rusia, muestra que esta supremacía corre el riesgo de colapsar. La imagen del coloso asiático capaz de producir una vacuna y ofrecerla de forma gratuita al conjunto de los países, representa para Trump una ofensa que no puede ser tolerada. La campaña contra China, especialmente la carrera por la vacuna, pretende ahogar el impulso hacia la asistencia sanitaria universal (lo privado es más eficiente). Así, Trump puede justificar nuevamente la salvación  de  Wall Street.

En este contexto, Donald Trump está evaluando adoptar dos medidas a corto plazo y a cual más peligrosa. La primera, reiniciar las pruebas con armas atómicas (es un tema discutido en sesiones semi-secretas al más alto nivel). La segunda, retirar la inmunidad soberana a China (tanto la ejecutiva como la legislativa); es decir, que  mientras en cualquier tribunal de EEUU se discuten las demandas contra China, promovidas por particulares o asociaciones, los activos financieros de ese país podrían quedar congelados, incluso antes de que se dicte sentencia.

La pandemia está poniendo las políticas de unos y otros bajo la luz. Hay dos modelos enfrentados. En Occidente, se entiende  la pandemia como una elección malthusiana inspirada en el “darwinismo social”. Se sustenta en el eje político que generan Johnson-Trump-Bolsonaro. Los llamamientos de las fuerzas de la derecha gobernante a dejar morir a los “débiles” (léase, ancianos o pobres) porque no son tan “productivos” es una constante que se está colando en múltiples discursos. El eje político se ha revestido con los hábitos de la eficacia en la gestión de los recursos. Frente a esta tesis, existe otra concepción: la recalificación de la salud pública como “herramienta fundamental”, que enarbolan países “tan dañinos” como China, Cuba, Siria o Irán

Por Eduardo luque

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